La pandemia por COVID-19, ha supuesto un fuerte impacto psicosocial, en la población, a nivel mundial, a través de lo que Jung denominó: el inconsciente colectivo. Esto explicaría como personas de diferentes culturas, clases sociales y económicas, nivel cultural, edad, sexo, etc., han mostrado, no obstante, conductas y hábitos similares, ante dicha situación. Así como, el desarrollo de determinadas patologías a nivel mental, estados emocionales o pensamientos parecidos.

 “Tu poder radica en mi miedo.

Yo ya no tengo miedo,

tu ya no tienes poder”.

Séneca a Nerón

En 2020, se inició un proceso de trauma colectivo a nivel mundial. De repente y de manera inesperada, nos vimos amenazados por un enemigo invisible que nos convirtió a todos y cada uno de nosotros, en víctimas y en verdugos al mismo tiempo. Que nos produjo, a nivel colectivo, profundos sentimientos de miedo y culpa.

Miedo a formar parte de las estadísticas que escuchábamos a diario en las noticias, a convertirnos en un número más de la lista de contagios, a contagiar a alguien, a acercarnos a la gente, a que nos tocara la “china”…

Y también culpa por ser unos irresponsables, unos egoístas, por no sentirnos afortunados de estar vivos, por no obedecer ciegamente al invisible e inexistente comité de científicos expertos. Una culpa colectiva que solo podía ser redimida siendo obedientes y sacrificándonos por el bien común.

Podemos definir el trauma colectivo, como una discontinuidad en la memoria colectiva que provoca una pérdida o crisis en la identidad social, generando una especie de identidad colectiva.

Nada más declararse la pandemia, oficialmente, por parte de la OMS, a todos nos vino a la mente la mal llamada gripe española de principios del siglo XX, las vacas locas, la gripe porcina, la aviar, el ébola… incluso la serie “pandemia” estrenada recientemente por Netflix . Y automáticamente, nos sentimos identificados y comenzamos a seguir el protocolo indicado para tales situaciones: arrasar los supermercados, acudir a urgencias, encerrarnos en casa, limpiar compulsivamente, salir a la calle disfrazados de astronautas, saludarnos con el codo, lavarnos las manos, usar gel hidro-alcohólico, hablar por zoom…

No ser contagiados pasó a convertirse en la máxima prioridad de nuestras vidas (por encima de nuestro sustento económico, relaciones familiares y sociales e, incluso, de sufrir cualquier otro problema de salud o accidente). De pronto desarrollamos una fe ciega en los es-tu-DIOS científicos y en los me-DIOS de comunicación.

Nos pasábamos todo el día pendientes de las noticias y redes sociales, cayendo en una especie de morbo colectivo respecto al número de contagios y muertes, comprábamos compulsivamente determinados productos hasta agotar las existencias, cocinábamos, aplaudíamos a las 20h, cantábamos himnos de moda tipo “resistiré”, practicábamos disciplinas orientales como el yoga y la meditación…

 

¿Cómo podemos explicar los mecanismos que subyacen a este pensamiento colectivo?

 

“Los auténticos actores son esa raza indomable que interpreta

los anhelos y fantasmas del inconsciente colectivo”

Ana Diosdado

 

El médico psiquiatra Carl Jung, discípulo de Freud, en su teoría de la personalidad, a principios del siglo XX, acuñó el término de Inconsciente colectivo. El inconsciente colectivo es una estructura psíquica de naturaleza universal, común a todos los individuos de la especie, compuesta de arquetipos. Según Jung, es una especie de enciclopedia o archivo, que contiene las experiencias de la historia de la humanidad y que se transmitiría hereditariamente de padres a hijos. Accediéndose a él a través del sueño y de la asociación libre.

Los arquetipos, son una especie de instintos innatos y universales. Para Jung, los seres humanos, como especie, al igual que nacemos con instintos de tipo biológico, también lo hacemos con instintos de tipo psíquico. Esto explicaría como personas de distintas culturas poseen, ciertos elementos simbólicos en común, como por ejemplo: los sueños, el arte, los mitos, las religiones, los cuentos infantiles o la sintomatología psíquica.

 

“Las imágenes arquetípicas son ya a priori tan significativativas

que el hombre nunca se pregunta que podrían en rigor significar”.

Carl Jung

 

En 2011, Dornelles y Tena realizaron un estudio en la Universidad de Medellín, en el que relacionaron el inconsciente colectivo y los arquetipos, con las marcas. Según ellos, la conexión entre la imagen de la marca y el consumidor, se produciría a través de los arquetipos presentes en las mismas. Este estudio concluye que los arquetipos son elementos simbólicos, que se encuentran en el inconsciente colectivo de las personas y que pueden ser estudiados a través de los mitos, sueños y epopeyas. Según estos autores, existen 15 arquetipos definidos en la mitología griega, cuyos atributos pueden ser identificados y empleados en las marcas.

 

¿Ha provocado algo similar el tratamiento mediático que se le ha dado a la pandemia?

 

“Lucho contra tres gigantes:

el miedo, la ignorancia y la injusticia”.

Miguel de Cervantes

 

El enorme impacto que ha tenido la pandemia, a nivel mundial, en nuestro inconsciente colectivo, no hubiera sido posible sin la existencia de internet y las redes sociales. Éstas, no solo nos han mantenido conectados: mundial, social, laboral y familiarmente, de forma continua y permanente. Sino que han provocado una sobreinformación o INFODEMIA (término surgido a raíz de todo esto), es decir, hasta la propia información se ha vuelto “viral”. Pero, no solo eso, las conversaciones entre familiares y amigos han girado, desde entonces, en torno a ese tema. Es como si todo lo demás ya no importara.

Fruto de ese exceso de información, han surgido, además, multitud de bulos, así como, diferentes teorías e informaciones contradictorias. Generándose desinformación y, por lo tanto, mayor incertidumbre. Esto, junto con el abuso continuo de la palabra “alarma” (incluso en los altavoces del supermercado cada vez que ibas a comprar, representado más tarde por el símbolo mascarilla), ha acabado provocando una especie de caos y bloqueo del pensamiento a nivel individual.

Es como si tanta información, unida al miedo a ser contagiado y a la culpa ante la posibilidad de contagiar a alguien, hubiera producido una especie de “visión túnel” o de “lavado el cerebro”, poniéndose en marcha los engranajes del inconsciente colectivo, haciéndonos pensar de manera robótica, en lugar de cómo individuos. ¿Será que de tanto utilizar la tecnología se nos ha pegado algo?.

 

“La razón no es más que la suma de sus prejuicios y sus miopías”.

Carl Jung 

El énfasis de los me-DIOS de comunicación en la sanidad pública y los sanitarios (“CORONA-dos”  héroes de la pandemia), les obligó a convertirse en una especie de incansables dioses. A los que, aplaudíamos y cantábamos, todos los días, desde los balcones, a las ocho, en una suerte de rito de adoración colectivo.

Esto, unido a la, de repente, fe ciega en la ciencia y los es-tu-DIOS científicos (pese a mostrarse tan contradictorios a lo largo de la historia), nos hace preguntarnos:

¿Se ha convertido la ciencia en una religión?

Una de las premisas básicas de la ciencia es que lo que dice un estudio es verdad mientras no se demuestre lo contrario. Según, entonces, la propia ciencia, creernos aquello que nos dice ¿no es, acaso, en parte, una cuestión de fe?.

Por otro lado, sabemos que la ciencia está principalmente compuesta de teorías. Sin embargo, se nos dice que dichas teorías son verdad mientras no aparezca un estudio científico que demuestre que esa teoría es falsa.

Según el diccionario de la RAE, se define el significado de teoría como:

1. f. Conocimiento especulativo considerado con independencia de toda aplicación. 

2. f. Serie de las leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos.

3. f. Hipótesis cuyas consecuencias se aplican a toda una ciencia o a parte muy importante de ella.

4. f. Entre los antiguos griegos, procesión religiosa.

Cualquiera de los que hemos estudiado alguna de las ramas de la ciencia en la universidad sabemos que, en los estudios científicos, por definición, hay que tener en cuenta, siempre, (en cualquiera de ellos) la presencia de una serie de variables contaminadoras que atentan contra la validez interna y externa de los mismos. Las cuáles, conviene tratar de minimizar en la medida de lo posible con la finalidad de que dicho estudio sea lo más válido y fiable posible.

Resumiendo, no debemos olvidar que la ciencia no es perfecta, tiene sus limitaciones y, en muchas ocasiones, también se equivoca. Pero esto no necesitamos aprenderlo en las universidades. Llevamos escuchando, toda la vida, como la propia ciencia muchas veces se contradice y donde ayer dijo digo, hoy dice Diego”.

¿Quiere decir esto que no hay que hacerle caso a la ciencia?

Por supuesto que no, todo depende del rigor con el que estén realizados dichos estudios, pero, quizás, tampoco creernos todo lo que nos dice “a pies juntillas”, como si de una religión se tratase.

Durante siglos, hemos sido testigos de cómo la religión dominaba el mundo. No obstante, parece que quien manda ahora es la ciencia. Ambas nos venden seguridad y ambas han estado enfrentadas desde siempre. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche, en su libro: “Muerte a Dios” dice, no solo que la creencia de Dios ha muerto, sino que los seres humanos lo han matado a través de la revolución científica.

 

 

“Nunca le faltaron a la humanidad

imágenes poderosas que le dieran protección

contra la vida inquietante de las honduras del alma”

“El hombre protestante ha quedado indefenso”

“Se buscan imágenes eficaces,

formas de pensamientos que calmen la intranquilidad del corazón y de la mente

y se encuentran entonces los tesoros del Oriente”

Carl Jung

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